sábado, 25 de abril de 2009

Ilusas

Una siempre cree que si llega quince minutitos antes va a poder tomarse una tacita de café en paz, mientras espera que se haga la hora fatídica en que empiezan a llegar. O que va poder leer y contestar mails, hacer un llamadito.
Pero no. Es la ley: así como basta que una se decida a ir al baño para que suenen el timbre y el teléfono (el timbre y el teléfono van juntos, como Tom y Jerry), también basta que una abra la puerta para que el primer paciente llegue media hora antes.
Entonces una va desarrollando estrategias pra protegerse. Por ejemplo, si el primer paciente tiene turno a las 9, no subo la persiana antes e las nueve menos diez. Ingenuamente, pienso que si ven todo cerrado, van a creer que no llegó nadie y van a esperar. Claro, lo que una no tiene en cuenta es que a la gente no le importa nada. Así sean las seis de la mañana, se cuelgan del timbre como si de eso dependiera su vida, taladrando nuestros aídos hasta hacerlos reventar.

Otra ilusión que tenemos: la gente va a recordar los favores que les hicimos. Esa vieja con dolor de rodilla a la que le dimos un sobreturno, la madre de ese nenito que empezó a trabajar y a la cual le conseguimos el horario que quería, o el señor que necesitaba hablar con el doctor y nosotras le pasamos el mensaje. Todos ellos van a reordar como sufrían y cómo nosotras nos apiadamos de su dolor y los ayudamos, y van a traducir su gratitud en un huevito de pascuas, unos bombones, no sé, algo. Qué ilusas... la gente es así, le das la mano y te agarra el codo. No hay manera: una semana le hacés un favor, a la semana siguiente quieren dos.
Por eso yo recomiento practicar en casa la mejor cara de perro. Cuando el timbre suena muy temprano, salir y decir: "Todavía estamos limpiando, perdón" y cerrar la puerta. Cuando pregunten: "No podrá ser...", responder prontamente "no, imposible". Y dejar bien en claro quien maneja los turnos. Son ellos o nosotras.