viernes, 4 de septiembre de 2009

Día de la Secretaria

4 de septiembre - día de la secretaria y el secretario
Todos los días, lxs secretarixs de este país hermoso nos levantamos por lo menos tres horas antes que nuestrxs jefxs. Tomamos un café a las apuradas que se nos va cayendo sobre la ropa. Salimos corriendo para no perder el colectivo/tren/subte -nuestrxs jefxs no suelen saber sobre los horarios del transporte público urbano-. Nos agarramos del pasamanos, sacamos un apunte y tratamos de leer, aunque sea unas páginas, sabiendo que no vamos a poder subrayar porque, claro, sino, se nos cae la cartera o la mochila.
Llegamos a la oficina. A nuestras compañeras mujeres a esta altura ya les duelen los pies de los zapatitos de taco bajo con punta. Compartimos un paquete de bizcochitos con el segundo café o el mate. Hablamos de nuestros días. Llegamos a la mejor parte y entra el primer llamado del día: la jefa/el jefe preguntándonos si podemos cancelar esa reunión que tenía a las 11:30 porque se olvidó y arregló para dar una entrevista. Miramos el cuaderno de llamados y no está el número de teléfono de la persona que tenía que venir a las 11:30. Así que cuando llega la persona citada nos las arreglamos para inventarle una excusa más digna que "la señora se olvidó".
Para cuando lega el mediodía, vamos a comprar la comida lxs presentes. Nos pedimos una ensaladota, previendo que en dos horas nos vamos a morir de hambre. Volvemos a la oficina y el teléfono de no deja de sonar. No, si no está la secretaria o el secretario, no se atiende el teléfono. Del otro lado, nuestra jefa con clara voz de enojo pensando que la oficina había quedado vacía. Ya de mal humor nos acercamos a la mesa. Nos damos cuenta de que no entramos poruqe ya todo el mundo se pudo sentar. Nos hacemos un lugarcito mínimo para apoyar la ensalada y un vasito de agua del dispenser. Primer bocado y el teléfono. La hija de nuestra jefa pidiéndonos si podemos organizarle el cumpleaños a su mamá porque ella está muy ocupada planificando su casamiento. Ah, y si de paso, no le podemos pagar la tarjeta porque con el vestido y todo...
Así nuestra ensalada queda olvidada en la mesa mientras buscamos en nuestra memoria qué banco tiene la hija de nuestra jefa y buscamos un servicio de catering que pueda del miércoles al sábado armar una cena para 60 personas, all inclusive, champagne, vino. Y, claro, que no exceda del prespuesto que, obviamente, supera nuestro sueldo con creces.
Después de las 3 de la tarde queda menos gente. Pero no por eso es menos trabajo. Estás paunto de scar el apunte de la cartera cuando entra esa persona que sigue a tu jefa por todos lados y que necesita trabajo urgente. Una hora escuchando a la persona que no tiene palenque ande rascarse, pero que no entiende que no es una agencia de recursos humanos, sino, una oficina. De mal humor y con culpa, te hacés un café: sin leche de verdad, ni azúcar, ni cucharita. Y quemado, por supuesto.
Ese es el momento en el cual tu compañera te pide cambiar el turno del día siguiente porque tiene que acompañar a su mejor amiga a probarse el vestido de casamiento. Vos le decís que sí, sabiendo que ella no va a llegar a la hora que debería y vos te vas a ofuscar más.
Te estás por ir, ahora sí, llegando medio tarde a la facultad. Pero yéndote. Tu jefa te pide hablar 5 minutos: hoy atendiste mal a mi hija por teléfono, ella no tiene la culpa de que vos vivas lejos y estés cansada.
¡Es necesario que con este día funesto nadie, nadie se acuerde que es el día de la secretaria y el secretario!
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Charo Márquez Ramos

martes, 28 de julio de 2009

10 razones para no vivir después de los 55

La atención al público le brinda a una la oportunidad de ver una inmensa cantidad de gente en poco tiempo. Este cuestionable privilegio hace que una pueda ir estableciendo determinados patrones que se repiten, una y otra vez. Sin lugar a dudas, mi mayor dolor de cabeza son los viejos. Es lamentable, pero con edad la gente va adquiriedo ideas y costumbres erróneas que es imposible erradicar. He aquí 10 motivos que me convencen de que nadie debería seguir viviendo después de los 55 años:

1- La gente grande piensa que la edad le da derechos per se. Creen que con solo ostentar arrugas una debe acceder a todos sus deseos y soportar estoicamente su prepotencia. Señor, señora, la edad no le da autoridad, solo canas.

2- La gente grande no escucha. No es culpa de ellos, pero sí negarse a usar audífonos y por lo tanto generar la irritación de las cuerdas vocales de las secretarias que debemeos poco menos que usar megáfono para explicarles por teléfono que el turno es el 18 a las 4 y no el 5 a las 18.

3- La gente grande no puede andar sola por la calle. Pero se empeñan en creer que sus facultades mentales se mantienen igual que cuando eran mozalbetes de veinte. La mente envejece a la par del cuerpo, por favor, pídanle a sus hijos/nietos que los acompañen si no van a entender nada de lo que se les diga.

4- La gente grande ve complots maléficos en todas partes. Que la secretaria les está escondiendo al médico, que la secretaria quiere cobrarles de más, que la secretaria no quiere hacer nada, que la secretaria tiene mala predisposición, que la secretaria va a pasar dos consultas en lugar de una, que la secretaria va a hacer pasar a alguien primero y los va a dejar esperando... ¡la secretaria sólo quiere trabajar sin ser molestada!

5- La gente grande no tiene filtro. Dicen cualquier cosa enfrente de cualquiera. Comentan sobre sus hemorroides en voz alta, se sacan los mocos, le preguntan a una si no pensó en maquillarse un poco, miran descaradamente por ventanas ajenas, se meten al consultorio sin ser llamados. Hasta pueden llegar a tirarse pedos y sonreir tímidamente, convencidos de que a su edad se les puede perdonar cualquier cosa.

6- La gente grande está aburrida. Y por lo tanto quieren charlar. No importa qué tan ocupada y desbordada de trabajo esté una, ellos siempre encontrarán que es el momento perfecto para contar sobre algún nietito, por qué el doctor es tan buena persona, cómo se le infectó la herida cuando le sacaron los puntos, cuánto pus salía y qué cara está la carne. Siempre, siempre, en el momento menos oportuno.

7- La gente grande no tiene noción del tiempo. Por eso llegan al consultorio una hora y media antes, nos arruinan el almuerzo, llaman y nunca dejan de hablar por teléfono aún sabiendo que estamos trabajando, y después se quejan si esperan 5 minutos. El tiempo de los viejos parece ser un reloj con propiedades muy elásticas.

8- A la gente grande solo le queda quejarse. Se quejan más que yo. En serio, es mucho eso. Y se quejan conmigo de cosas en las que yo no tengo injerencia. Por ejemplo, si tienen que hacer un trámite larguísimo para autorizar una orden en su obra social. Se quejan de que las revistas de la sala de espera son viejas. Se quejan del clima. Se quejan de todo. Si su vida es tan pestilente, ¿por qué no la terminan? Digo, para que paren de sufrir...

9- La gente grande piensa que el médico es Dios, o peor, que el médico es su amigo. Y que por eso tienen derecho a venir sin turno o a la hora que se les da la gana y además creen que si la comida la masticó primero el doctor, entonces es más nutritiva. Sin contar con que puede resolver cualquier problema, por eso le consultan sobre un úlcera estomacal aunque sea traumatólogo.

10- Los viejos son viejos. Por eso tienen mañas que no van a modificar. Ya es tarde para eso.

miércoles, 3 de junio de 2009

10 cosas que hacemos todas las secretarias

1-Mentir.
Suena duro, pero es así. Cada vez que un paciente nos increpa para hablar con el doctor, lo ponemos en espera, nos miramos las uñas un ratito, y le decimos: "el doctor lo va a llamar en cuanto se desocupe, dice que no se preocupe".
Señor, señora, ¡mi jefe me cuelga si le paso su llamado!

2-Ponernos en "piloto".
Aquél mito de que las muejres no pueden cruzar la calle y masticar chicle a la vez es refutado diariamente por miles y miles de secretarias. Cada vez que una vieja nos cuenta por teléfono que "el doctor me operó de la cadera hace 15 años y ahora me duele el codo", nosotras leemos el diario, le damos turno al paciente que recién salió del consultorio y preparamos el pago del contador. A ver, al único que le pueden interesar sus dolencias, es al médico.

3-Hablar mal de los pacientes.
Cuando la gente cree que una no se acuerda de las caras, está muy equivocada. Nosotras sabemos quién se sacó los mocos en la sala de espera, quién fue al baño durante media hora, quién tiene mal aliento... la gente es muy ingenua.

4-Intoxicarnos con café.
Es inevitable. Say no more.

5-Hacer un balance entre ceder/perder tiempo.
Cuando una vieja pide un sobre turno, una debe calcular rápidamente qué reportará mayor prejuicio: el tiempo que tardará la señora en ser atendida (o sea, qué tanto más tarde nos vamos a casa), o qué tanto tiempo va a tenernos en el teléfono hasta entender que no puede venir. Habitualmente ninguna opción es buena.

6-Negarnos.
Ante la duda, decir no. La gente siempre hace lo mismo, les das la mano y te agarran el codo. ¿Un sobreturno? Imposible. ¿Una Excpeción? No hacemos excepciones. ¿Un favor? No estamos autorizadas.

7-Esperar ansiosamente el día de la secretaria.
Al pedo, porque jamás nadie lo recuerda. Si algún día necesitan un favor, y esa fehca está cercana (es el 4 de septiembre, por si no sabían), y aparecen en el consultorio con un chocolate, seguro consiguen su cometido.

8-Odiar a las obras sociales.
Nunca atienden el teléfono, nunca saben de qué les estás hablando, no conocen el código, no les llegó el fax, no están en horario de atención, y no, ese no es el número de afiliado.

9-Tener memoria selectiva.
Ojalá la gente no pidiera tantas estupideces, así no se sentirían tan abandonados. No voy a dejar un recordatorio de que la señora x en realidad quería a la s6, no 6 y media. No. Venga otro día si tanto le molesta. Ni voy a grabar en mi memoria que a una persona le parece mal esperar 10 minutos. No se lo voy a transmitir al docotor.

10-Ser secretarias.
Yo trabajo para mi jefe, no para sus pacientes.

sábado, 25 de abril de 2009

Ilusas

Una siempre cree que si llega quince minutitos antes va a poder tomarse una tacita de café en paz, mientras espera que se haga la hora fatídica en que empiezan a llegar. O que va poder leer y contestar mails, hacer un llamadito.
Pero no. Es la ley: así como basta que una se decida a ir al baño para que suenen el timbre y el teléfono (el timbre y el teléfono van juntos, como Tom y Jerry), también basta que una abra la puerta para que el primer paciente llegue media hora antes.
Entonces una va desarrollando estrategias pra protegerse. Por ejemplo, si el primer paciente tiene turno a las 9, no subo la persiana antes e las nueve menos diez. Ingenuamente, pienso que si ven todo cerrado, van a creer que no llegó nadie y van a esperar. Claro, lo que una no tiene en cuenta es que a la gente no le importa nada. Así sean las seis de la mañana, se cuelgan del timbre como si de eso dependiera su vida, taladrando nuestros aídos hasta hacerlos reventar.

Otra ilusión que tenemos: la gente va a recordar los favores que les hicimos. Esa vieja con dolor de rodilla a la que le dimos un sobreturno, la madre de ese nenito que empezó a trabajar y a la cual le conseguimos el horario que quería, o el señor que necesitaba hablar con el doctor y nosotras le pasamos el mensaje. Todos ellos van a reordar como sufrían y cómo nosotras nos apiadamos de su dolor y los ayudamos, y van a traducir su gratitud en un huevito de pascuas, unos bombones, no sé, algo. Qué ilusas... la gente es así, le das la mano y te agarra el codo. No hay manera: una semana le hacés un favor, a la semana siguiente quieren dos.
Por eso yo recomiento practicar en casa la mejor cara de perro. Cuando el timbre suena muy temprano, salir y decir: "Todavía estamos limpiando, perdón" y cerrar la puerta. Cuando pregunten: "No podrá ser...", responder prontamente "no, imposible". Y dejar bien en claro quien maneja los turnos. Son ellos o nosotras.