martes, 10 de junio de 2008

La Secretaria

No es mala voluntad. Es que no puedo.
No puedo ser La Secretaria, así con mayúscula. Me niego a los pantalones negros de vestir comprados en un locas de Cabildo que se llama "marilú", de esos universales, que siempre se usan y nunca están de moda. Me es simplemente imposible calzarme ese trapo, ponerme botas de caña alta con siete centímetros de taco, un blazer de jean...
La ropa de Secretaria no es para mi. Yo prefiero las polleras por abajo de las rodillas y medias de lycra de colores. Un pullover negro siempre es mejor que esos sweatercitos espantosos color durazno.
Además, yo me pregunto: ¿Quién diseña esas camisas blancas tipo consultorio? Porque, seamos sinceros, además de ser horribles, a ninguna mujer que use 95 de corpiño le puede entrar.
Otra cosa que me pasa casi siempre. Viajo en colectivo para llegar trabajar y veo a mis congéneres, rumbo a sus escritorios.
Han desarrollado una habilidad sobrenatural para maquillarse en el trayecto, espejito en mano, aún con el constante movimiento de la cafetera. A mi, si hiciera eso, me quedaría la cara llena de colores inverosímiles por todas partes, cual payaso espástico escapado del manicomio.
No, me niego rotundamente a usar sombra celeste en todo el párpado. No soy un centro de mesa. No quiero estar llena de polvos y productos. ¿Hace mi apariencia más eficiente a mi trabajo? Es una eficiencia con un gusto pésimo, entonces.
Ser secretaria no puede implicar matarse los pies a metros sobre el nivel del mar, pintarrajearse como una nenita de tres años incursionando en el mundo de los mayores ni meterse en esas camisas que no cierran el pecho.
Será el destino de la secretaria. Pero yo, yo me rebelo. Y que todas las viejas del mundo vengan a exigirme turnos a la madrugada: no voy a usar rubor. Nunca.

martes, 3 de junio de 2008

DDN (discado directo nacional)

Como muchos martes, llegué un poco más tarde al despacho. Ayer fui a ver el partido de mi compañera a Núñez y la vida se retrasa de una manera maravillosa.
Así que, de buen humor, pero ojerosa y con pocas migas abrí la puerta. Prendí la computadora. Abrí mi sesión. Empecé a ver los mails.
No salgo, todavía, a comprar un café cuando suena el teléfono.
Señora X de la costa: Hola, ¿Charo? Soy X, de la municipalidad. Te llamaba porque ayer me dijiste que tu compañero le iba a preguntar unas cosas a la Diputada y no me lamó
Yo: -No, claro, porque la diputada no debe haber pasado por acá. De todas formas, le dijimos que cuando supiéramos, la íbamos a llamar
SXDLC: Sí, claro, pero es que yo necesito saber. Porque no es lo mismo si viaja a las 6 que a las 7:15 porque en el segundo caso, deberíamos atrasar la entrevista con el-señor-importante. Y ¿no sabés si va a necesitar el hotel? De todas formas, averiguamos en la empresa El Cóndor, que es la que más horarios tiene -bien de idioscincracia argentina el chivo publicitario, como quien no quiere la cosa-. Porque ella no puede viajar el jueves a la noche, ¿no?
Yo:-Mire, le recuerdo que yo no soy quien le lleva la agenda personal a la diputada. Esas son cosas que maneja mi compañero, que trabaja con ella desde hace muchos años. Y no, no puede viajar el jueves a la noche porque hay sesión y no sabe a qué hora puede terminar. Déjeme pasarle el mensaje a
SXDLC: No, no, mirá, si tu compañero no va a la oficina
Yo: -Mi compañero viene, porque, sino, yo no me puedo ir a cursar, así que viene
SXDLC: -No, claro, pero si no va, ¿yo qué hago?
Yo: - Si no llega a venir mi compañero, señora, espera hasta mañana
SXDLC: - Yo no puedo esperar hasta mañana. Ah, si yo les mando a ustedes el ticket a la Casa del Mar del Plata (¡que no existe, es la Casa de Buenos Aires!), ¿ustedes lo pueden pasar a buscar? Es el ticket para convertir en pasaje
Yo: -Sí, no hay problema, pero el jueves se complica, realmente ver a la diputada, porque hay sesión
SXDLC: -Otro día no lo puedo mandar. ¿Sabés si va a necesitar el hotel? Porque ya lo reservamos, si ella dice que consigue hospedaje por su cuenta, se lo damos a otra persona, pero, sino...Ah,. eso, el viernes a la noche tiene prevista una cena, pero si ella quiere aprovechar para hacer visitas políticas, en ese caso, se podría pasar al mediodía del sábado, dependiendo del horario en el que quisiera viajar la diputada
Yo: -Señora, ya le dije, yo no puedo responderle eso porque no lo se. Trabajo acá desde abril. No manejo, por suerte, esa información. Por favor, espere a que llegue mi compañero, él la llama. Buenos días.

11:58hs suena el teléfono:
SXDLC: - Charo, soy X, ¿me pasás con tu compañero?
Yo: - Señora, le dije, mi compañero llega al mediodía
SXDLC: -¿No son las doce?
Yo:- Casi, pero no es tan estricto el horario. De todas formas, no se si la diputada pasa por acá antes de las tres
SXDLC: -¿Cómo? ¿Y yo qué hago?
Yo: - Y, espere, como habíamos quedado, el llamado
Me corta

13:30hs, otra vez suena el teléfono, otra vez, ella.

Realmente, ¿la gente no comprende lo que una le dice? ¿No pueden esperar el llamado? ¿No pueden respetar los límites?
Insufrible esta pobre señora

sábado, 24 de mayo de 2008

El Rata

Estar sentada detrás de este escritorio es el equivalente a un tour antropológico donde se descubren las más extrañas cosas sobre el género humano. Quiero decir que, si bien ciertas situaciones se han hecho una rutina en mi vida, no deja de sorprenderme que la gente haga cosas y piense que una no se da cuenta de sus verdaderas intenciones.
Acá les dejo una nueva muestra de lo que una se ve forzada a tolerar al menos una vez por día.

El Rata no se parece en nada a La Quejosa. Mientras que ella es una vieja horrible que además se viste mal, él es un típico galán de San Isidro. Siempre está a la moda, es refashion, si pudiese venir con lentes oscuros, lo haría. Yo supongo que gastar tanto en su imagen hace que se comporte como un guanaco cada vez que viene.
Decía, que mientras La Quejosa, justamente, se queja, El Rata, no. Nunca se queja, al menos en forma directa.
Una le da turno y no exige ver antes al médico, ni pretende pasar antes que otras personas, y siempre la trata a una con amabilidad. Hace comentarios locuaces, sonríe...
Pero, además de que esa bananería es insoportable, El Rata es... rata.
Si viene a atenderse en forma particular, la charla se da más o menos así:

El Rata: -Hooolaaaa linda, cómo estás? Qué calor, eh? Está muy demorado el doctor?

Todo con una impecable sonrisa de dientes blaquísimos. En realidad, ni le interesa saber cómo estoy ni le importa si tiene que esperar, solo quiere que veamos lo maravilloso que es, ganar nuestra simpatía para después conseguir lo que quiere.

Yo: -Bueno, y tendría que cobrarte ochenta pesos.

El Rata: -¿Ochenta pesos? Ehhhh!!!! Se le fue la mano al doctor, eh? Qué te hace en la consulta que te cobra tanto? Te hace un yeso de oro?? ja-ja.

Se para con su mejor pose de langa al lado de mi taza de café y me mira, sonriente, seguro de haber triunfado. Espera, en silencio, la confirmación de su solapado regateo.

Yo: -Sí, ja-ja... la consulta particular es de ochenta pesos.

El Rata no desespera, tiene todavía ases bajo la manga.

El Rata: -Ja-ja, sí.. es que yo soy paciente del Doctor hace muchos años, desde que atendía en el otro consultorio ahí en.. en Diego Palma, viste? En ese consultorio donde atendía también esa médica, que creo que atendía chicos.. y bueno, yo siempre me atendí particular, y creo que antes cobrara cincuenta, no?

Yo: -Ahh.. la verdad que no le sabría decir, porque yo no conocí ese consultorio. Pero ahora la consulta es de ochenta pesos.

El Rata (sonriendo, cómplice): -Buenobueno, vos no te preocupes, yo me arreglo con el doctor.


Unos minutos más tarde, El Rata entra, triunfante, en el consultorio.
La gente sigue llegando, el teléfono sigue sonando, y él sigue en su consulta.
A la media hora sale. La sonrisita estúpida se le borró de la cara. Me acerca un billete de cien.

El Rata: -Tomá, no tengo cambio.







Nota: cuando digo que hay gente rata, no exagero. ¡Si algunos que tienen una obra social que les cubre la consulta hasta se niegan a firmar la planilla!

miércoles, 21 de mayo de 2008

La Quejosa

De las, pongámosle, 60, 70 personas que pueden llegar a pasar por este consultorio en un día de máxima actividad, con todas las variedades y tipos, hay algunos personajes que son ya una especie de clásico.
De ahora en adelante, vamos a hacer cada tanto una breve descripción de la Fauna que circula por estos pasillos.


La quejosa es un caso típico. Es esa señora que como nunca tuvo una experiencia cercana con una psicóloga, que de chica sufrió la falta de atención paterna porque eran 11 hermanos, o lo que sea, piensa que yo tengo que escuchar todos sus problemas, dolencias y quejas, todo en un tono terrible, como si le estuviesen retorciendo un cuchillo en el estómago, o hubiese muerto su madre.
Esta persona insoportable sabe que nadie en su sano juicio tolera ese tonito sufrido más de cinco minutos, y usa esa táctica para todo lo imaginable.
Desde justificar que llego una hora después e igual hay que atenderla hasta pretender no pagar lo que corresponde, pasando por exigir ver a tal o cuál médico, elegir horarios inexistentes, imponer un sobre turno, etc.

La situación que vivo a diario es siempre muy parecida.
Comienza cuando La Quejosa llama, cerca de las ocho de la mañana. Con su tono lastimoso, pero siempre con una amabilidad increíble (no sea cosa que tengamos una excusa para no acceder a sus deseos) me explica miles e cosas que no me interesan y pasa a pedirme algo. Porque siempre pide algo.

Yo: -Consultorio, buenos días.

La Quejosa: -Sííí.. señorita? Yo soy la señora M..., quería saber si me podrían dar un turno...

Nótese que La Quejosa:
a) supone que una conoce los nombres de todos los pacientes que alguna vez atendieron cada uno de los médicos que trabaja acá.
b)supone que una sabe para que especialidad quiere ella ese horario.

Igual, yo ya me imagino. Los pacientes malcriados suelen ser de una sola persona. Por las dudas, lo confirmo.

Yo: -¿Para qué especialidad?

La Quejosa: -Ahhh.. para el Dr. B. Yo soy paciente de él. Bueno, en realidad hace mucho que no lo veo, pero él me operó hace algunos años, de el codo, porque yo tenía...

Yo: -Ajá. Bueno, podría ser el ... a las 17 horas? (Digamos que le ofrezco hora para la semana que viene)

La Quejosa: -AYYYYYY TAN TARDE????????? No habrá alguna posibilidad de que lo pueda ver antes? Porque yo le explico señorita: el doctor me operó del codo, yo me hago un control una vez por año, pero ahora tengo un problema, que es que me duele mucho el tobillo, lo tengo hinchado, casi no puedo caminar. Yo me pongo hielo, y dejo el pie para arriba, pero ya es una cosa muy dolorosa y no se que hacer.

Claro. Se me podrá decir que no tengo piedad. Que la señora seguramente es muy mayor, y seguramente le duele mucho y seguramente si no accede a esperar hasta la próxima semana debe ser porque verdaderamente está muy mal. Que cualquiera puede tener una emergencia, que yo debería tener un poco de consideración. Sí. Es cierto. Yo pensaba lo mismo al principio, pero cuando me di cuenta de que esta situación se repetía todo los días me empecé a cansar. Además, ¿dónde se vio que uno tenga una emergencia médica y pretenda, no solo elegir con quién hacerse ver, sino también el horario? ¿A quién se le ocurre? ¿No era una emergencia? ¡Que se vaya a una guardia! ¡O que pare de mentir!

Yo: -Claro. Lo que pasa es que el doctor tiene los turnos completos, hasta el día que le dije.

La Quejosa: -Sí sí, pero lo que pasa es que es una emergencia.

Yo: -Bueno, si quiere le puedo ofrecer un turno para hoy con alguno de los médicos del equipo.

La Quejosa: -NO. NONONO. Tiene que ser con el Doctor B. porque el ya me conoce, ya sabe lo que me pasa.

Yo: -Claro, pero no tengo turnos disponibles.

La Quejosa (con su voz más melosa): -No, claro, yo entiendo, pero pensé que tal vez podía ser como yo a veces veo que pasa, y me podía dar un sobre turno....

Yo: -No, lamentablemente yo no puedo citar más gente.

La Quejosa: -Sí sí, pero como yo a veces voy y veo que hay gente que va sin turno...

Yo: -Sí, pero esas son personas que cita el doctor, no turnos que yo invento.

La Quejosa: -Ayyy señorita, pero, ¿no podrá hacer una excepción? ¡Es una emergencia!

Yo: -No señora. Lo único que le puedo ofrecer es que llame a la hora que llega el doctor y hablar directamente con él, a ver que le dice.

Ahí empieza la segunda fase. La Quejosa llama, habla con el médico, y él, que no tiene ni idea de cantidad de gente que hay citada le dice que venga al día siguiente. Total, la que se vuelve loca soy yo.
Pero no importa. Yo anoto en el cuaderno: "señora insoportable, viene mañana sin turno a las dos de la tarde".
Al día siguiente, cuando una ya se olvidó del molesto incidente, atiende el teléfono. Claro, es ella otra vez. ¿Qué quiere ahora? Explicarme que su nietita sale del colegio y se le re complica (¿entonces para qué mierda dijo que podía? ¿eh?), que ella vive lejos, que su marido no la puede llevar, que el transporte público, que el plomero que va justo a esa hora, que el clima (si llueve porque llueve, si hay sol porque hace calor), y que, en resumen, quiere saber si no puede venir un poco más tarde.
A ver: se le hace el favor de atenderla sin turno, en detrimento de mi salud mental y del tiempo de la gente que sí tuvo la decencia de pedir hora con anticipación y que no tiene por qué esperar de más por culpa de una desubicada total que se cree que porque tiene más años que nadie posee el derecho divino de pasar por encima de todo el mundo y encima pretende elegir en qué momento de la tarde aparecer su cuerpo frente a mi escritorio.
Se le dice que no. Que se hizo una excepción, que el doctor no puede atenderla en otro momento. Y ella, hipócrita, finge con toda amabilidad acatar mis indicaciones.
Pero esa tarde no llega ni a las dos, ni a las dos y media. Se aparece muy oronda a las cinco de la tarde, justo en el momento menos indicado, cuando hay cinco pacientes esperando.

La Quejosa: -Ayy querida, me vas a tener que entender... yo vivo en Don Torcuato, y se rompió el colectivo...

Acá es donde ya no tolero más la situación. En primer lugar, vivir en Don Torcuato no significa no poder llegar puntual a ningún lado. De hecho, no es tan lejos de San Isidro. Basta con salir un poquito antes del hogar, para prever contratiempos. Y si verdaderamente se descompuso la cafetera que la traía hasta acá, es imposible que se atrase tres (¡tres!) horas. Además, me acuerdo mi paso por el Hospital Provincial del Tórax, donde sacaba sangre desde las siente de la mañana, y la gente llegaba puntual aunque viviese en Polvorines y no tuviese ni plata para viajar.

Yo: -Sí, qué mal. No sé si el doctor va a poder atenderla ahora.

Pero ella ya sabe que va a triunfar. Porque no importa lo que tenga que esperar, pude quedarse con el culo pegado a una silla de la sala de espera todo el tiempo que sea necesario, hasta que ya no quede más nadie, y el médico se vea obligado a hacerla pasar al consultorio. Pensar que ese hombre vio veinte pacientes ese día y tal vez operó a alguien a la mañana y está cansado y quiere irse a dormir, o que por su culpa yo tengo que quedarme más tiempo, o simplemente que lo que hace es una falta de respeto total, es mucho para su cerebro mononeuronal. Y tengamos en cuenta que esta es la misma gente que se queja si el colectivo frena medio metro lejos del cordón de la vereda, si un adolescente dice una mala palabra por la calle o si ve en el noticiero que hay alguna manifestación. Porque esas son todas cosas abominables, pero ella está en todo su derecho de arruinarle la tarde a gente que ni conoce. Total, dice todo con tanta amabilidad que no se le puede recriminar nada, ¿no?

martes, 13 de mayo de 2008

Las cosas por su nombre

A ver. No quiero que parezca que soy una de esas secretarias mala onda, a las que una llama humildemente y la dejan mil horas en espera, con esas musiquitas insoportables, para después decir con tono sarcástico: "Noooo señora, no, no atendemos ESA obra social".
No. Que haya personas prepotentes y mal educada no me hace a mi una hija de puta.
Nada más lejano a que yo no tenga ganas de trabajar. A mi, en el fondo, me gusta mi trabajo. Es tranquilo (casi siempre), tengo una cafetera en la cocina que se porta muy bien conmigo, puedo leer el diario en los momentos en que no hay gente. Además, soy una chica sociable y tratar con la gente no me molesta.
Pero no tolero la mala educación. No tolero que se me trate como si fuese una pobre mujer lobotomizada, o una agente de la KGB conspirando para atrasar los turnos mientras me regodeo viendo el sufrimiento.
Todo está en el trato. Si me llama una vieja prepotente que ni siquiera es capaz de decir buen día, exigiendo quién sabe por qué un turno en el momento que ella quiere y me trata como si yo fuese su empleada doméstica que rompió el jarrón de la familia, claramente no voy a tener ganas de resolver sus problemas.
Pero si me llaman amablemente, lo más probable es que apenas alguien cancele su horario, llame y ofrezca ese turno que es unos días antes.
Además, yo tengo muy buena memoria. Me acuerdo perfectamente de quién dijo "gracias" y quién dijo "bueno, yo voy a ir igual".

Cuando hablo de los problemas que el trabajo le trae a mi salud menta, no hablo de todos los pacientes. Hablo de algunos en particular. Si alguien se siente identificado con eso, revise su manera de tratar a las secretarias.
Y nunca, nunca, como facturas en el escritorio. He dicho.

jueves, 8 de mayo de 2008

Cualquiera

Que me llamen y me digan "Disculpe señorita", "Hola, sí?", "Hola, podría darme un turno?", "Hola, Verónica? necesito hora con.." o cualquier fórmula por el estilo, bueh. Una lo tolera aunque venga con un tonito medio feo.
Pero que me llame una vieja de mierda y me diga:

-HOLA CHIIICAAA???? A VER PARA CUÁNDO ME DA TURNO.

No, es demasiado. De-ma-sia-do.

viernes, 2 de mayo de 2008

Gente que desata instintos asesinos

Imaginense sentados detrás del escritorio, una tranquila tarde de abril. Supongamos que son cerca de las cuatro de la tarde, y el "horario de oficina" se está haciendo tedioso y cansador, aún con una taza de café al lado, pero una está de buen humor, así que lo tolera.
Ahora, en este panorama que podríamos llamar amigable, introduzcamos dos teléfonos. Dos teléfonos con su respectiva línea cada uno. Dos teléfonos que no paran de sonar. El escenario se vuelve ligeramente hostil.
Ahora supongamos que ese escritorio donde nosotros pasamos la tarde pertenece a una sala de espera, en un consultorio. Y que, además, llega gente.
Entonces tenemos: un escritorio con nosotros atrás (y la consabida cara de recepcionista simpática y boba), dos teléfonos que suenan, un timbre que hace lo propio y gente que llega y quiere que una le tome los datos ya... como si no supieran que el doctor siempre, siempre, se atrasa mínimo una hora, y que por más que no anote edad-obra socia-teléfono no puede acelerar las agujas del reloj y hacerlos pasar antes.
Pero milagrosamente todo sigue tranquilo. Ninguna vieja olvidó su carnet, ninguna señora prepotente se quejó por la demora, el café está caliente. Todo parece avanzar sobre ruedas con una especie de viento en popa muy inusual pero muy grato.

Claro. Demasiado bueno para ser verdad. Una tarde de trabajo en paz no puede durar mucho.
Suena el timbre y entra Ella. Ella, la típica paciente mal humorada. Su cara lo dice todo. Es mala. Mala. Su mirada es asesina.
Pone su carnet y su orden encima del escritorio y nos mira desafiante. No le gusta perder un segundo de su valioso (?) tiempo.
Una mira el papelito y -por suerte- todo está en regla. Pasamos la credencial por el posnet (para los desentendidos, el posnet es una aparato del demonio, destinado a arruinar la vida de la secretaria: consta de un rollo de papel que se imprime cuando una ingresa ciertos códigos, pero casi nunca funciona.. mucho papel, o demasiado poco, hace que la tinta se agolpe en un solo sector, o no funciona, porque -sí sí, funciona vía telefónica- hay algún problema en la línea, etc) sacamos el papelucho impreso con tinta violeta tipo hematoma y le pedimos a Ella una firma.
Agarra la birome y nos mira, un poco enojada. Su personalidad prepotente no tolera estos simples trámites.
Y se desata el huracán:

yo: -Y tengo que cobrarte tres pesos...
(Ella salta como si le hubiesen pinchado el culo con un cactus)

Ella: -¿Cómo tres pesos?

yo: (con paciencia, al menos por ahora) -sí, este plan de tu obra social tiene un coseguro de tres pesos por sesión.

Ella: -No, es mentira (sí, tiene el tupé de tratarnos de mentirosas). A mi en la obra social no me dijeron nada de eso.

yo (todavía calma): -deben haberse olvidado, todos los pacientes pagan tres pesos cada vez que vienen, menos el plan platino. Vos no tenés plan platino (en esta fase, una da información inútil, que la persona que está en frente ya conoce, pero olvida o finge olvidar, con la esperanza de llegar a un acuerdo de modo pacífico; error: Ella jamás se rinde).

Ella (con toda su prepotencia a flor de piel): - A ver, mostrame un papel donde diga que tengo que pagar.

A estas alturas el ruido del teléfono está por producirme una úlcera, entraron ocho personas más que quieren que una le tome los datos y saben que las obras sociales tienen métodos ocultos que ellos desconocen y no les importa pagar tres pesos, pero que sí odian tener que esperar parados porque una idiota adelante se niega a lo innegable.
Eso, sin contar la pérdida de tiempo que es para mi agarrar la carpeta tamaño mamut que está en la repisa de la derecha y buscar esa lista, hecha a puño y letra por la Licenciada, donde explica qué hay que hacer con cada obra social, cuánto pagan por sesión y cada trámite burocrático uno por uno.

Le acerco, entonces, el libraco lleno de folios y le muestro el papel, donde dice cuánto paga cada obra social y cada detalle concerniente al caso.
Una cree que el problema se va a resolver en ese momento. No. Ella no se cansa tan fácilmente.
Que ese papel lo escribimos nosotras. Que cómo sabe ella que no es un invento nuestro para sacarle plata. Ella quiere ver un papel DE-VER-DAD.
Lógicamente una no maneja ese tipo de documentos, que son guardados quien sabe dónde, porque nadie los usa jamás, quedan archivados como testimonio de algún contrato armado con la gerencia de vaya una a saber que empresa, y ahora es inútil salvo como registro.
Lúcidamente, recuerdo que esa prepaga me mandó un mail ayer con eso valores. Intuyendo que va a ser inútil, pero sin perder del todo las esperanzas, abro la casilla del consultorio, busco el famoso correo y le muestro.
Tampoco. ¿No veo yo, pequeña sanguijuela descerebrada, que eso pude haberlo mandado yo para hacerle creer a Ella que tengo razón?

(Recordemos que en todo este larguísimo tiempo los teléfonos no pararon de sonar, y la gente no paró de entrar. O sea que después de media hora de discusión con Ella, llevo acumulados unos veinte mensajes que voy a tener que responder no sé cuando, y diez personas esperando impacientes)

Agotados todos los recursos, me dirijo al consultorio del fondo y le ruego a mi jefa que trate ella con semejante bicharraco.
Después de una larga charla (Ella no se contenta con hacerme perder el tiempo a mi, tiene que abarcar en su vorágine a quien sea que ose cruzarse en su camino) accede, enfurruñada, a pagar los mugrosos tres pesos.
Pero antes de irse me recuerda: -Mirá que quiero un recibo, eh.
Mientras escupe veneno por los ojos.












Otro día, más anécdotas sobre el tratamiento de este tipo de persona.

martes, 29 de abril de 2008

Demasiados datos para una mente tan pequeña

En inevitable. Una abre la puerta de la oficina, con la almohada todavía pegada a la cara y ve los números rojos del contestador: 11 mensajes nuevos. Situación que yo calificaría, como mínimo, de curiosa, porque es lunes a las 9 de la mañana, y el sábado nadie había llamado.
¿Habrá gente que piensa que atendemos los domingos? ¿O que piensa que abrimos a las seis y media de la mañana? ¿Nadie conoce el famoso "horario de oficina"?
Ok, digo, que esperen. Tengo derecho a, al menos, prender la luz, subir la persiana y poner a calentar el café.
Claro, no contaba con la inagotable insistencia de los susodichos: no termino de sacarme el abrigo, cuando escucho el fatídico sonido del teléfono.
De ahora en más, los protagonistas de esta escena serán: yo (yo) y la Persona Desquiciada Insoportable (PDI).



Yo: -Buenos días?

PDI: -Hooolaaaa síííí... quería saber qué días atiende la licenciada.

Yo: -Martes y jueves, por la tarde.

PDI: -Ahhhhh!!!!!.......... -(su diminuto cerebro trabaja unos instantes) - ¿Podría hablar con ella?
(recordemos que es lunes bien temprano)

Yo:-No, la licenciada no se encuentra. ¿Quiere dejarle algún mensaje?

PDI: -Ehhhh................ no, eh..... yo lo quería era... bueno, por un tema..... de..... porque a mi me deriva el Doctor Brusman... Brucman? Puede ser? -(sin dar tiempo a contestarle que se llama BUDMAN, DOCTOR BUDMAN, POR DIOS!!) - y el doctor Bruimans me dijo, claro, me recomendó.... tengo la órden, eh! -se ataja, se imagina que sin ese papelito no tengo por qué seguir escuchando- y me dijo que llame acá... me puede dar un turno, señorita?!
(Esta última frase la dice en tono enojado, como para que una no pueda quejarse de chachara inútil).

Yo:-Podría ser el jueves a las 17 horas.

PDI:-Ahh.. no, imposible. ¿El miércoles?

Yo:-No, la Licenciada viene martes y jueves por la tarde.

PDI:-Ahhhhh......... claro... lo que pasa es que yo trabajo, y no llego esos días desde el centro, porque además los trenes andan muy mal, y no puedo irme antes del trabajo (completese la frase con unos diez renglones de explicación que no me importa y que no cambian en absoluto la situación)... ¿no puede ser el viernes bien temprano?

Yo:-No, la Licenciada viene martes y jueves por la tarde.

PDI (imacientándose): -Bueno, pero ¿no puede ser el martes por la mañana?

Yo: -No, la Licenciada viene martes y jueves por la tarde.

PDI: -¿Y los sábados? ¿los domingos? ¿un lunes a las cuatro de la mañana?

Yo: -No, la licenciada viene...

jueves, 24 de abril de 2008

sincericidio I

Sinceremos, a mí me gusta mi trabajo. Yo lo elegí. Sí. Mi sueldo es genial. Estoy en blanco en el Estado. Genial. Que no se mal interprete. Acá aprendo un montón, cosas de las cuales la UBA se ha ido olvidando de incluir en los programas.
Pero, y de ahí que yo también pueda subir cosas a este blog, yo tengo una vida a demás de las oficinas color burocracia.
Tengo una militancia a la que le doy, prácticamente, mi vida; una revista que quiero con el alma; por lo menos una hora y media de yoga a la semana, sino, mi espalda se jubila; una familia enorme; una compañera con la que quiero pasar todas las noches de mi vida; amigxs con vidas complejas y a quienes les dedico todos mis oídos.
Y, a demás, soy estudiante universitaria.
Como se imaginarán, no es que en Parque Chas el tiempo no es gregoriano y se hace un chicle enorme. Una duerme, siempre, unas horitas menos de lo que le gustaría. Y, en general, una se queda dormida. Entonces, hace lo propio: desayuna en la oficina.
Sin embargo, es infalible: cada día que llego al despacho a las 9 hay mensajes en el contestador, la gente de maestranza se desespera por entrar a limpiar (no, señora, no, a mí no me molesta la miguita en el piso a las 9, a las 9:15 pretendo que haya más miguitas) y varios papeles con los que algo voy a tener que hacer.
Decido ignorar todo por cinco minutos y hacer mate. Clavado que en ese minuto en el que cargo el termo y prendo la computadora, llama alguien.
Alguien que (como la maquinaria estatal también fue vaciada con los milicos y Menem) llega a estas oficinas buscando trabajadorxs sociales, y claro, se encuentran con legisladorxs que no pueden satisfacer sus necesidades básicas.
Entonces, el lunes va a volver a llamar esta gente y yo voy a volver a darles el número de un grupo de asistentxs sociales y van a volver a decirme "no, son todas monjas viejas, esas" y yo, encima de que no voy a poder terminar mi desayuno, sí, sí, sí, voy a sentir culpa.
No, gente, yo entiendo el vaciamiento, las ganas de laburar, la neurosis que nos impide vivir si hay una miguita en el piso, pero ahora, justo ahora, no: estoy desayunando (que, como dice mi abuela, es la comida más importante del día y las bobes son sagradas).

miércoles, 23 de abril de 2008

Para cuándo un poco de criterio

No. Señor, señora: no soy su terapeuta. Es hora de que lo sepan.
No me interesa que el horario en el que deben venir coincide fatalmente con el almuerzo para festejar los 80 de la tía Betty.
¿En la oficina anterior no le avisaron que tenía que traer estos papeles? Lo siento, porque su insistencia me hace perder el tiempo: yo no puedo hacer nada. Soy una EM-PLE-A-DA.
¿Qué le hace pensar que llamar a las ocho y media de la mañana sirve para algo? ¿No es obvio que a esa hora ni siquiera nos levantamos?

De ese fastidio crónico que todo aquel que no tiene nada que hace pude producir cuando se impone molestar al prójimo como cruzada, nace este blog. No es novedad escuchar hablar y quejarse a la gente: me dijo mal la documentación necesaria, nunca atienden, tienen poca voluntad.
Pero, sinceramente, ¿nadie pensó nunca que todo eso puede ser producto de una necesidad inexplicable que mucha gente tiene de hinchar las pelotas?

Consultorios, oficinas estatales, son el lugar fatídico donde día a día millones de personas creen encontrar una confidente. No confundir los tantos: son secretarias, no están calificadas para recetarle psicofármacos para su neurosis obsesiva.
Vuelva a la cama. Lea el diario. Haga sus llamados y trámites a una hora normal.
No son horas de llamar. Nadie lo va a atender. Ahora no: estamos desayunando.